Cuento: El tango del gato
Hoy les presentamos un cuento fantástico con toda la fuerza característica de este género, que deja al lector dudando entre una explicación racional y una sobrenatural, que sostiene la incertidumbre hasta la última letra. Martina, alumna del Taller de Iniciación Literaria, es la autora de este cuento que hoy nos regala para compartir con ustedes, los queridos lectores de nuestra Revista Literaria 3E.
El
tango del gato
En 1972, un hombre llamado Mitchell
Jones, se mudó a un pueblo de Italia, donde decidió seguir con su carrera de
enfermero. El barrio en el que había decidido vivir era muy calmado y los
vecinos, muy amigables, aunque su vecina de al lado, Beatrice, era muy callada
y no solía salir de casa.
A Mitchell le fascinaba el tango, solía ponerlo todas las tardes mientras estudiaba o hacía la comida. Cada tarde, ni bien se oían los primeros acordes del bandoneón, un gato negro de ojos verdes solía visitarlo y sentarse en la silla del patio, escuchando y disfrutando de la música. El gato llevaba una cinta de color turquesa alrededor del cuello como collar y tenía una placa con su nombre: Bella. Todos los días a la hora en que Mitchell ponía su música, el gato iba a gozar de la paz que encontraba en esa casa.
Figura realizada en modelado de plastilina y tallada con gubia. Abi Luz, Taller de Plástica Tridimensional.
A medida que pasaban los meses, el
hombre empezó a notar que su vecina, Beatrice, se iba de su casa siempre en el
momento en el que él ponía tango. Preocupado, esperó una vez a que volviera
para poder hablarle y asegurarse de no estar molestándola con su música. Apagó
el equipo en el que vibraba el tango y, ni bien hubo vuelto su vecina, golpeó a
su puerta suavemente.
—Señora Beatrice, ¿está en casa?
Mitchell sabía que la señora estaba en casa,
pero llamó a la puerta preguntando de ese modo por respeto. Se escuchaban
pisadas acercándose a la puerta, él esperaba tranquilamente a su vecina.
—Si, ¿quién es? —dijo al fin la mujer
asomándose apenas.
—Soy su vecino, me mudé hace unos seis
meses. Me llamo Mitchell Jones —respondió mirando la puerta con inquietud,
esperando a que abriera del todo.
Nunca le había visto bien la cara a Beatrice.
Cuando abrió la puerta y dejo ver primero su rostro y entonces vio que estaba un poco maquillada. Luego,
dejó ver su cuerpo por completo. Mitchell se asombró y sonrió torpemente,
debían tener casi la misma edad.
—Oh, ¿el señor Jones? He escuchado
mucho de usted, pero nunca nos presentamos adecuadamente, me llamo Beatrice
Rossi, un gusto.
—Buenas tardes, señorita Rossi. La
molesto porque tengo una duda — dijo Mitchell, apoyando una mano en la cadera,
mientras con la otra hacía movimientos torpes.
— ¿Qué sucede? —le preguntó algo
incomoda y nerviosa Beatrice.
Mitchell no sabía cómo preguntarle lo
que le preocupaba sin hacer la conversación más incómoda, así que solo lo hizo
sin dar rodeos.
—¿Le molesta que yo ponga tango, o quiere
que baje la música?
La mujer, sorprendida por la pregunta, negó
con la cabeza y procedió a explicar.
—No me molesta en lo absoluto, mejor
entre y le explico mejor, aquí los rumores corren muy rápido, ¿sabe?
Se hizo a un lado para que el hombre entrara y
luego, lo guió hacia la cocina, donde se sentaron a hablar sobre el tema.
—¿Quiere un poco de té antes de empezar?
—dijo parándose cuidadosamente.
—No hace falta, gracias.
Mitchell la miraba un poco raro, se
preguntaba, “¿por qué actúa tan extraño?”.
—Está bien, entonces le contaré… Yo
tenía un hijo llamado Adriano, a él le encantaba el tango y yo le pagaba clases
privadas para aprender a bailarlo. Era un buen chico en la primaria y también
en la secundaria. Pero en la universidad sus notas empezaron a bajar y sus
actitudes, junto con sus gustos, cambiaron, excepto su obsesión por el tango,
eso aumentaba con los años.
No pudo seguir, derramó un par de lágrimas y
con una servilleta secó sus ojos y mejillas.
–Beatrice, no tienes que contármelo
todo si no quieres —sugirió Mitchell preocupado.
—Sí, quiero hacerlo —. dijo
recomponiéndose— Bueno… Al pasar los años, dejó casi todos sus estudios por
la música. Una noche, trajo un gato negro a la casa, era callejero y estaba
todo sucio, lo acepté solo con la condición de que mejorara sus notas, pero él
no lo hizo y me desobedeció por completo…. Quería llevarlo a un psicólogo
porque creía que se estaba volviendo adicto al tango, pero cuando él se enteró
fue toda una pelea. Desapareció por un par de días y yo había llamado a la
policía, después de unos días de investigar, lo encontraron…
Beatrice sollozó tapándose la boca con
ambas manos. Luego continuó con dificultad el resto del relato.
—Encontraron su cuerpo colgando de un
árbol en el bosque que está aquí cerca.
La mujer se puso a llorar a cántaros y
Mitchell le sostuvo las manos, sintiendo su pena en su propio corazón. Al cabo
de un rato, cuando se hubo calmado, él le preguntó:
–Señorita, ¿por casualidad el gato tenía una cinta turquesa
como collar?
La mujer se sorprendió y asintió
levemente con la cabeza.
—¿Le gustaría tener a su gato de regreso?
—preguntó Mitchell con su voz suave y tranquila.
—¡¿USTED ESTÁ JUGANDO CONMIGO?!- gritó la
mujer, quitando sus manos, furiosa.
Luego, le golpeó a Mitchell en la cara,
tan fuerte que dejó una marca roja.
—¡¿ACASO VINO AQUÍ A BURLARSE DE MÍ?!
—continuó gritando Beatrice.
El hombre retrocedió un poco confundido y
asustado por la situación en la que se encontraba.
–Señorita, no le estoy entendiendo, ¿por
qué me pega? ¿Por qué no quiere a su gato? ¿Se llama Bella, verdad?— dijo
haciendo con sus manos una especie de escudo para resguardarse de los
golpes.
La mujer, viendo que no bromeaba, le
dijo muy seriamente:
–El gato estaba muerto junto a mi hijo
el día que fue encontrado, y los enterraron juntos.
La mujer se alejó un poco y lo miró raro, como
si su vecino se tratase de un loco que habla de todo sin saber nada.
El hombre se fue con una sensación de
inseguridad a su casa y desde entonces, Mitchell no volvió a poner tango. Bella se había esfumado, como si fuera niebla
en pleno verano.
Comentarios
Publicar un comentario